La energía femenina es recepción, es extender las manos y abrirse al regalo de la siembra y de la lluvia. Es dejarse penetrar por la belleza en todas las formas deseadas. 

Abrir los brazos y las piernas como una estrella, como una flor que se ofrece al polen de otra flor, que el aire trae de otro lado. No es dejarse avasallar por la violencia, claro que no; es sonreír al disparo de amor de la conquista luminosa. Este preparado lo llamamos Mujer, porque es una imagen, un estereotipo que nos muestra una manera de ser; aunque no nos habla de género. 

Lo femenino se constituye como una producción social en el momento de su tiempo y de su historia, por lo cual no está exenta de tensiones y movimiento permanente. Sin embargo, aunque haya variaciones culturales, la sociedad le ha impuesto a través del tiempo  patrones, pautas y normas que desvirtuaron la fuerte belleza de lo femenino para transformarla muchas veces en condiciones de desventaja y postración. La energía femenina no es nada de eso. No es frágil, ni es debilidad. Muchas veces es una manera de ser mujer, es parte de una identidad.

Algunas personas identificadas con este género pueden sentir que lo necesitan especialmente, porque no logran objetivos, vivencias ni experiencias que las identifiquen con esta imagen y sienten su carencia. 

La energía femenina es de todas y todos, como decimos ahora; es la fuerza de engendrar, proteger, esperar y parir; como una devolución de lo que recibimos. Es también la fuerza de hacernos dueños de las emociones y la expresión de nuestros sentimientos. También se podría asociar con la genitalidad y toda la sexualidad, con sus posibles limitaciones y desencuentros; entonces se establece un acuerdo entre las Flores y quien las toma para este fin. 

Estas flores son «cómplices» de un aparato que reactiva, que moja y transforma lo yermo en fértil en cada milímetro de nuestra piel, poniendo fuerza en las convicciones y el deseo para llegar a la plenitud de lo fecundo.