La bruma etérica del cuerpo afectivo toma la energía de la mirada y de la conexión. Este es el lugar para decir: «te veo» y conectar con la luz que se abre hacia nosotros, encontrándose con la luz que somos capaces de dar. En este lugar, el centro cardíaco se entrona como altar sagrado para el sacrificio del amor, una hecatombe de entrega total o inexistente. Cuando nuestra historia personal ha fluctuado entre ser vistos o ignorados, este lugar de los afectos se tapa de maleza que atasca al fuego brillante, transformándolo en humo que ahoga y enceguece. Un movimiento en cruz desde el corazón hacia los brazos extendidos es la dinámica justa, replicando la circulación de esta energía, que se expande desde el brazo izquierdo hacia el brazo derecho. Este movimiento nos prepara para los abrazos, para los encuentros; conectándonos con el fluir indispensable de amar y ser amados.