La energía masculina es acción, es tomar con las manos abiertas lo que ofrece la tierra; es penetrar la materia y hacerla propia. Es apoyarse firme con las piernas y los pies, en el suelo y poner la mirada en la conquista, en lo que deseo tomar. 

No es violencia ni mucho menos, es una energía que toma lo que le pertenece naturalmente, sin miedo y sin pedir permiso. A este preparado lo llamamos Hombre porque tiene una imagen, un estereotipo, que nos muestra una manera de ser, una impronta cultural con sus errores a través del tiempo y las culturas; pero que nosotros rescatamos poniéndolo muy lejos del concepto «macho» y sin siquiera pretender un tipo de género para él.

La masculinidad no es algo estático ni fuera del tiempo, está en la historia que nos toca vivir. No es la manifestación de una esencia interior ,es  construida emocional y socialmente. No habita nuestras formas subiendo desde nuestros componentes biológicos; es creada en el caldo cultural que nos contiene. Por eso lo masculino significa cosas diferentes en cada época y en las diversas etapas de nuestra vida.

Algunas personas identificadas con este género pueden sentir que lo necesitan especialmente, porque no logran objetivos ni viven situaciones de su propia historia, que lo identifican con esta imagen y sufren su carencia en los encuentros, los contactos y la vida íntima. Aquí se tratará de un hallazgo interno, de un descubrimiento personal sobre el lugar y el plano en el que actuarán las flores. 

La energía masculina es de todos y todas; es la fuerza que fluye para sembrar, proteger, esperar y cosechar. Algunos podrían asociarla con la genitalidad y la potencia; entonces seguiría siendo un acuerdo personal entre las Flores y quien las toma para este fin. Estas Flores son cómplices de un «aparato» que reactiva, que produce, que pone fuerza; en las manos, en el corazón y donde haga falta.